Ayer estuve en aquello que en Estados Unidos los latinos llaman "El cuartico". No es más que una sala de espera grande y fría, de luces blancas en el techo, con un televisor encendido permanentemente, al que los oficiales de inmigración en Miami mandan a los viajeros que les generan alguna duda. A mí nunca me había tocado entrar al cuartico, pero sabía que para allá iba porque antes de mi reciente viaje a Francia, me robaron la tarjeta de residencia, única prueba física de mi estatus en este país.
La experiencia no fue amable. Y no por lo que me pasó a mí o la manera en que me trataron a mí. La cosa va más allá de uno mismo.
La historia es así: Los tipos lo llevan a un a un sitio atestado de gente de todas las "minorías", haitianos, antillanos, colombianos, peruanos, venezolanos, algunos asiáticos, otros cubanos. Y mientras todos esperamos con paciencia, ellos "la parchan", ahí mismo, detrás de los mostradores, donde tienen que revisar la pila de pasaportes que les trajeron y que no para de crecer, ellos hacen chistes sobre Marco Rubio, hablan del partido de la semana, del asado del otro día, y sobre todo, conversan mucho sobre lo que almorzaron. No en vano, estos señores, por alguna razón extraña, son en su mayoría gordos.
Mientras tanto, mientras eso, todos los otros estamos ahí esperando, incrédulos del espectáculo. Acuartelados sin voz. Si uno se para, lo gritan. Si el enfermo pide asistencia, lo insultan y lo tratan de bruto. Si uno hace una pregunta porque no sabe o no entiende, lo regañan, y nunca, de ninguna manera, le contestan la pregunta. Si usted va a preguntar, mejor que de entrada pida perdón, haga venias, lagartee.
Y así el tiempo no pasa, sucesivo e infinito, mientras algunos pierden conexiones de avión, maletas o a su grupo de gente, en medio del miedo y las lágrimas censuradas para no levantar sospecha. Sentirse mal o triste de estar ahí metido, humillado, no está entre las posibilidades. Si usted siente algo y lo demuestra puede ser un problema muy grave para usted y los suyos. Puede tener consecuencias. No importa si usted es un niño.
Me parece grave que el gobierno de Estados Unidos le otorgue la facultad a unos oficiales de tratar como se les antoje -en general mal, sin humanidad o respeto- a las otras personas que quieren entrar al país. Sin orden o metodología. Eso habla claramente y mal de la política de inmigración norteamericana y de la manera cómo ese país siente por el resto del mundo.