Hoy supe que por el robo de un cubo para hacer caldo de gallina, un hombre lleva tres meses encerrado en una cárcel en Cali y se enfrenta a una condena de hasta 6 años de cárcel. El tipo fue a un supermercado, muy probablemente sintiéndose miserable del hambre, con el dolor de tripas ese que va secando los órganos y el alma. Tal vez disimuló como si fuera a comprar algo, deseando cada producto que veía, y para hacerlo fácil, se decidió a sacar un cubito de la caja, meterlo en su bolsillo y meterle al buche un vaso de agua tibia con sabor a pollo. Salió del sitio y en el local de al frente, pidió que le regalaran un vaso con agua caliente. Cuando estaba en pleno procesamiento químico, con las manos en la masa, lo capturó la policía.
El abogado del supermercado alega que debe caerle todo el peso de la ley porque es un tipo con antecendentes, y además porque no fue un cubo, sino fueron cuatro. El abogado defensor dice que es un campesino que llegó a Cali desde el campo para recibir un subsidio del gobierno que nunca recibió. Se ampara en el Hurto Famélico para defenderlo, alegando su derecho a la superviviencia. Mientras tanto, el supermercado pide 128 mil pesos de indemnización para pagar los gastos de fotocopias, llamadas telefónicas y me imagino que el roscón y las gazimbas que el abogado se tomó en los juzgados.
Más allá de la realidad, de los antecedentes del señor -que si no tiene orden de captura o que si ya ha sido castigado, nada tiene que ver con este caso-, del mito que ya se creó, el tema es lo que la gente tiene en el corazón. Yo me pregunto cómo es posible que uno quiera castigar a alguien que comete un acto insignificante porque tiene mucha hambre ¿No sería más fácil y constructivo darle de comer al hambriento? Cualquier cosa, un chocoramo, una caja de leche, invitarlo a un almuerzo.
Hace algunos meses oí en la radio que un hombre en Estados Unidos llamó a la policía porque había una mujer ofreciéndole sexo a la gente a cambio de unos nuggets en un Mc Donald's. A la mujer se la llevaron presa y seguro que con algún antecedente quedó. Me sentí muy ajena a esa historia. No me cabe en la cabeza que alguien pueda ver la pobreza mirándolo a los ojos y no responda con solidaridad y creatividad.
Aunque está en todo el derecho de acudir a las herramientas disponibles, reprocho la posición del supermercado en el caso del caldo Maggi y sobre todo, encuentro muy aburrida la actitud y el tono castigador de su abogado. Es un tipo joven que parece viejo.
Habría que preguntarle al joven campesino cómo ha sido su experiencia estos tres meses, qué le ha pasado. Saber si ha sido vulnerada su integridad en la cárcel por cuenta de toda esta cadena de hechos: El desplazamiento, la migración a la ciudad, el hambre, el robo del caldo Maggi, la demanda. Al menos le han dado de comer.