"Parecíamos fantasmas en un aeropuerto de fantasmas": las Islas Vírgenes de Estados Unidos, arrasadas por los huracanes y sumidas en el silencio y la oscuridad
Cuando llegamos a lo que quedaba de su casa, Andrew Hunter y yo vimos el gato muerto. Parecía dormir sobre el piso de madera de lo que era la terraza de su hogar en la pequeña isla caribeña de St. John, hasta el impacto demoledor de los huracanes Irma y María en septiembre.
Andrew buscó unos guantes de plástico entre lo que quedaba de su cocina para tocar el gato y evitar el riesgo de infecciones. Lo envolvió en un pedazo de toalla azul y lo botó por el balcón hacia la turbada vegetación diciéndole al cadáver, casi que de manera ceremonial: "Lo siento, amigo, en este momento no tengo más salida que lanzarte por aquí abajo".
Y sí, tiene razón. Las opciones de los isleños para resolver ciertas cosas que antes de la llegada de los huracanes eran fáciles, ahora implican mucha dificultad.
Andrew y su esposa Marilyn Hunter son dos de las 1.000 personas —de los 5.000 habitantes usuales— que no se han ido de St. John.
Como otros locales, generosamente compartieron conmigo sus historias sobre lo que les dejaron Irma y María, en mi reciente visita a las Islas Vírgenes de Estados Unidos, donde la electricidad es todavía la gran ausente.
La primera noche en la oscuridad
Cuando se apagó la última lámpara a las 8 de la noche, todo quedó negro y en silencio. Con la desaparición de las luces también se enmudeció el ruido de un motor constante que hasta ese instante sollozaba entre el ambiente sin que me diera cuenta.
Era el generador eléctrico del hotel donde me iba a quedar en mi primera noche en St. John, casi que abierto para hospedarme, ya que la oferta de servicios hoteleros y restaurantes en las Islas Vírgenes está apagada.
Desde un balcón en la mitad de la calurosa Cruz Bay, la ciudad portuaria de la isla, podía ver en el horizonte cuatro luces más, pero en cuestión de minutos, esas luces y los ruidos de sus plantas eléctricas, también desaparecieron. Y así se extinguieron las voces de la gente en la calle.
Había empezado el toque de queda instaurado como medida de seguridad, y apenas levantado este martes, así que las escasas luces fueron reemplazadas por unas rojas y azules de patrullas de policía que pasaban de vez en cuando dándole vuelta a la isla.
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Había llegado una hora antes en ferrydesde la ciudad de Charlotte Amelie, en St. Thomas, capital de las islas y donde queda el aeropuerto. Buena parte de los pasajeros de mi avión venía cargada con generadores eléctricos, linternas,paneles solares o cajas llenas de herramientas.
Venían trabajadores humanitarios y electricistas. Pero sobre todo había gente local que volvía a sus hogares, algunos con niños, varios con perros. Algunos negros, otros blancos; dominicanos, indios; gringos nacidos en Estados Unidos, pero establecidos en las islas. Expatriados europeos, expatriados de Medio Oriente, que hace años también hicieron de estas islas paradisíacas su hogar.
Y todos con los que hablé sentían incertidumbre de lo que se iban a encontrar a su regreso.
Los postes caídos, los cables enredados, la comida podrida
Recorriendo St. John y St. Thomas, donde en total murieron cinco personas, durante los siguientes días pude ver cómo los vientos y las lluvias desmantelaron los techos, las paredes, los carros, los coches de los niños, los muebles... Lo que quedó en pie está torcido o roto, como descascarado de su propia existencia. Y así mismo están los cables de las islas.
Esa red destrozada explica por qué St. John se encuentra en un 99% sin electricidad. Y aunque St. Thomas y St. Croix cuentan con más del 15% del suministro, las islas están en general bastante aisladas. Más de la mitad de la población se marchó y los vuelos están reducidos a su mínima expresión.
Las antenas repetidoras de las señales de celular también volaron o quedaron cortadas por la mitad, así que los operadores locales y la mayoría de operadores de EE.UU. no funcionan. Hasta hace una semana empezó a entrar señal de la única compañía de celular que opera. Los isleños estuvieron incomunicados por lo menos seis semanas.
Una de las imágenes con la que me quedé cuando empecé a oír las historias de los efectos secundarios de los huracanes y falta de electricidad, fue la de un refrigerador que voló cerrado con llave por su propietario y que fue encontrado, varias semanas después, por vecinos que limpiaban sus caminos.
El olor fétido y a podrido de lo que quedó adentro fue terrible para quienes tuvieron que limpiarlo. Algunas personas que todavía persiguen los malos olores para recoger algo en descomposición a merced del calor.
"¿Dónde vas a meter tu comida si no tienes energía?"
A la pareja Hunter la conocí en mi segunda noche en St. John. Fui invitada a cenar al apartamento de los amigos en donde se hospedan desde que Irma arrasó su casa.
Charlamos con varios amigos suyos en la oscuridad, iluminados apenas por una lámpara de batería de luz blanca. La comida que me dieron no sólo estaba exquisita sino que fue la única comida caliente que consumí durante los cinco días de mi estadía en la isla.
"No en vano estás donde un chef", me dijo orgullosa Marilyn Hunter cuando comenté lo sabroso que estaba todo, refiriéndose a Andrew que trabajaba como chef en un resort de la isla que ahora está cerrado, lo cual los tiene en serios dilemas sobre su futuro.
"¿Dónde vas a meter tu comida si no tienes energía? Todo se te arruina. Es un enorme reto si no tienes un generador, y mucha gente no lo tiene", enfatiza.
Marilyn asegura que durante los 36 años que lleva en las Islas Vírgenes, ha visto pasar al menos diez huracanes y tormentas fuertes. Hugo (1989) y Marilyn (1995) fueron los más potentes hasta el azote de Irma el 6 de septiembre, y son un frecuente punto de referencia para todos.
Y según dice ella, así sean tan distintos, hay algunas cosas que se mantienen.
"Irma fue la peor, pero tuvimos suerte que nuestros amigos nos invitaron a su casa porque así somos en St. John: podemos quedar aislados y podemos no tener electricidad pero luego estamos más unidos que nunca". No en vano St. John tiene el apodo de "Love City" o ciudad del amor en español.
Tener o no tener un generador eléctrico es igual de difícil
Rick Wassel, el amigo que hospeda a los Hunter, trabaja en la única tienda de repuestos de plantas eléctricas y asegura que hay una gran cadena de dificultades asociada a estos aparatos. Es tan difícil no tenerlo como tenerlo.
"Los generadores que hay aquí no son industriales. No están diseñados para ser usados continuamente por un mes. Son para usarlos por unas pocas horas cuando se va la luz", dice.
"Traen instrucciones de cambiarles el aceite cada 50 ó 100 horas, que si los estás usando las 24 horas, lo que significa que debes hacerlo cada cuatro días".
Y mucha de esta gente con generadores pequeños depende de ellos para tener agua. "El agua es bombeada desde las cisternas usando un tanque de presión que requiere del generador para funcionar", asevera.
"Si no tienes el generador y vives lejos de la ciudad, vas a tener que usar un balde y una cuerda para sacar el agua".
Pero a eso se suma que no hay dónde comprar un generador y cuando empiezan a averiarse tampoco hay repuestos. Y lo más difícil es que el combustible es muy caro para la gente promedio.
"A mí me cuestan los cinco galones de gasolina 25 pesos (US$25). Eso me gasto cada día para la planta, para poder tenerla prendida", me cuenta Eulogia Villar de Caraballo, una mujer de República Dominicana, que lleva más de dos décadas viviendo en St. John.
Eulogia es viuda y trabaja en un hotel de Cruz Bay. Vive con dos de sus hijos y tres de sus nietos. Pero tiene una familia de más 40 personas que emigraron desde República Dominicana hasta las islas buscando el sueño americano.
"Como hoy es sábado tengo la planta conectada todo el día porque estamos todos aquí y el calor es mucho", comenta Eulogia, mientras estamos sentados con varios miembros de su familia alrededor de dos ventiladores, que en realidad no logran enfriar toda la sala.
Eulogia espera un auxilio económico de US$300 que alguien de Nueva York le va a dar a ella y otras familias de recursos limitados en las Islas Vírgenes, durante seis meses mientras pasa lo peor de la crisis económica que ya se vive.
St. John, St Thomas y St. Croix dependen en su mayoría del turismo y ahora no llegan cruceros, ni hay hoteles, ni turistas, ni restaurantes, así que tampoco hay cocineros, ni barmans, ni nuevos jóvenes mudándose para allí, ni plata en circulación.
Pero no todos los dominicanos tienen la misma suerte de Eulogia y su familia que tienen su estatus migratorio en regla.
Compatriotas suyos de República Dominicana se encuentran en una especie de estado de ostracismo después de los huracanes. No se pueden ir de las islas porque pueden ser deportados y dicen que "no hay a donde irse", no quieren solicitar ayuda al gobierno de EE.UU. y ya no tienen trabajo.
Varios hablaron conmigo, pero sienten tanto miedo que prefieren no ser identificados.
Irma y María, muy distintas entre "ellas"
En las islas ahora el tiempo se mide todo entre Irma y María. Es reiterativo que la gente explique todo como "antes de Irma" o "antes de María". O "después de Irma y María".
Y por cierto, en inglés, o al menos en las Islas Vírgenes —y probablemente en el resto del Caribe que convive cada año con estos eventos— sólo usan los nombres propios de los huracanes.
Para los residentes en las Islas Vírgenes "ellas" vinieron y devastaron, y tienen características —casi "de personalidad"— muy distintas. Mientras que nosotros los reseñamos como "el huracán Irma" o "el huracán María".
Basta con mirar el recorrido de Irma, que tardó cerca de cinco horas pasando sobre la diminuta St. John, con sus brutales vientos de 295 kilómetros por hora para entender la devastación.
Para poner en perspectiva la experiencia de este pequeño David enfrentado a ese par de Goliats que fueron Irma y María, y que impactaron ambos en menos de dos semanas, atravesé St. John en el mismo sentido que cruzó Irma, de este a oeste, en un carro a 40 kilómetros por hora, en menos de 40 minutos.
Como muchos otros, los Hunter decidieron esperar a Irma encerrados en su baño de 3x2 metros, con sus dos gatos y una hielera cargada de provisiones "para dos o tres días".
"Hubo largos ratos en que yo estaba sentado evitando con toda la fuerza de mis piernas que la puerta del baño se abriera. Eso tardó horas, mientras Marilyn estaba sentaba sobre la hielera", narró Andrew.
"Primero llegó Irma y destruyó todo", cuenta Marilyn, "Irma era seca y silenciosa, pero con unos vientos muy fuertes. Pasó muy, muy despacio. Nosotros estuvimos encerrados en ese baño por horas y horas, rezando".
"En cambio María… María llegó llena de agua, e inundó todo lo que había destruido Irma".
"El sonido de un huracán es tremendo", anota Marilyn. "Es un constante crujido, como un inyector de un lavadero de autos. Los muros tiemblan, los vidrios se vuelve flexibles, se curvan una y otra vez, hasta que se rompen. Los muros empiezan a sangrar agua".
Sin luz hasta 2018
Coral Bay fue justamente la zona al este de St. John por donde impactaron los dos huracanes. Es la zona menos desarrollada de la isla. Quedó verdaderamente arrasada, las casas están deshechas, los barcos están hundidos. La gente del lugar está ocupada ayudando y buscando ayuda al mismo tiempo.
Los técnicos coinciden en que es la zona que no alcanzará tener electricidad este año.Y la mayoría de personas aquí no tienen generadores, aunque en muchos casos, tampoco tienen casas. Así que se quedan con vecinos, amigos o en refugios. Mucho menos tienen acceso a hielo, ni hay supermercados para adquirir cosas básicas.
Todo pasa alrededor de la estación de bomberos, donde hay filas de vecinos de la comunidad esperando un turno para entrar a un salón y adquirir desde comida, agua —o una bolsa para filtrar agua— hasta ropa. O reciben atención médica de los grupos de atención remota que han llegado a la isla.
En esta parte de las islas, más que en ninguna otra parte, tuve la sensación de estar metida dentro de una transacción post-huracán. Aquí todo gira alrededor de algo que falta o a algo que alguien tiene, cosas pequeñas, cosas importantes.
"Es un terrible desastre, pero como ves aquí la gente tiene mucha resistencia", me cuenta Sharon Coldren la presidente voluntaria del Consejo Comunal de Coral Bay, una organización que hace trabajo comunitario y de protección ambiental.
Dice que no se esperaba que la isla fuera a quedar tan asilada, tan incomunicada y que permanezca así con "todos esos expertos de EE.UU. pensando en soluciones" para las Islas Vírgenes.
"Seis semanas después del paso de Irma sólo he logrado mandar un solo email a mi comunidad de más 400 miembros", es terrible. "La comunicación entre nosotros mismos es bastante limitada".
Tras el paso Irma y antes de la llegada de María, Coldren tuvo que pararse en el edificio del centro comunitario —uno de los pocos que quedaron en pie después de Irma— con un megáfono para alertar a su comunidad de la llegada del segundo huracán, sin saber muy bien qué era lo que venía porque en la isla no había señal.
"Aquí ha llegado agua, lo cual es fantástico, pero dejaron de mandar 300 comidas calientes que nos estaban mandando, y no han llegado ni siquiera radios. Los niños quieren radios para oír música y los padres quieren radios para informarse", afirma mientras es interrumpida constantemente para entregar los turnos de entrada a la bodega de reparto que improvisó la organización.
El hielo, el bien más grande
En la búsqueda de lo esencial por St. John, uno de los lugares que más me llamó la atención fue una fábrica de hielo muy cerca al puerto al que llegan los barcos desde St. Thomas.
A la edificación le falta una buena parte del techo y el segundo piso no tiene paredes. El camión de distribución quedó averiado. Pero eso no ha sido inconveniente para volverse instrumentales en la normalización de la vida cotidiana de la isla.
Según Clyde Vanterpool, empleado de la fábrica de hielo desde hace nueve años, en un día normal vendían más de 500 bolsas de hielo y ahora la demanda "no es que haya bajado tanto".
"Mucha gente necesita bloques de hielo para mantener la comida fría porque no tienen refrigeradores", dice Vanterpool.
"Después de Irma, todo fue muy loco, todo estaba arruinado. Llegó un miércoles, y para el viernes nosotros ya estábamos repartiendo una bolsa de hielo gratis a cada persona que viniera. La fila era eterna", recuerda.
Lo que Vanterpool describe no es sólo un pequeño gesto de generosidad bajo situación extrema. Ese es el espíritu que encontré en la isla.
Estas personas comparten todo y se ayudan todos. Los huracanes pueden destruir todo menos la fortaleza y el sentido comunitario.
Turismo, salud, electricidad: ¿qué sigue?
La comisionada de Turismo de las Islas Vírgenes, Beverly Nicholson-Doty, le explicó a BBC Mundo, que el turismo genera más de más de 8.000 empleos directos. Su impacto económico es de US$1.200 millones; el indirecto, más de US$2.000 millones.
Así que realmente las islas apagadas generan una fuerte crisis económica. Pero ella es optimista. "Esperamos tener un poco de electricidad en Cruz Bay a finales de mes y la meta para la que están trabajando es tener 90% de electricidad para Navidad", aseguró.
Los desafíos no pasan solo por la reconstrucción. Miembros de un equipo del Hospital Johns Hopkins de EE.UU. creen que los problemas de salud mental son de momento los más complejos.
"Hemos visto reacciones claves de estrés, como Síndrome de Estrés Postraumático, descompensaciones de enfermedades mentales como esquizofrenia, depresión, desorden bipolar o ansiedad", me dijo la directora del equipo médico, Christina Cattlet.
"Los asuntos mentales pueden ser los más preocupantes ahora porque son latentes y van a ponerse peor antes de mejorarse", enfatizó.
El sorpresivo final del viaje
El día que me iba vi mucha gente triste en el aeropuerto. Cargaban una especie de desolación y culpa por abandonar ese lugar precioso que irrefutablemente adoran.
Pero cuando el avión salía pasó algo inesperado. Se dañó un motor del avión y no lograron arreglarlo. Y eso que intentaron hacer arrancar la turbina tres veces.
La frustración y confusión de quienes partían para siempre era bastante obvia. También la incertidumbre de quienes sabíamos que las islas no tienen hoteles ni servicios disponibles.
De repente todos parecíamos fantasmas caminando por un aeropuerto también de fantasmas, donde no hay nada de beber o de comer. Donde éramos los únicos pasajeros. Donde las letras del nombre del aeropuerto están todavía descolgadas desde que pasó Irma.
Para nuestra sorpresa la aerolínea nos advirtió un poco más de una hora antes del toque de queda que estaba prohibido permanecer en el aeropuerto, pero que además no podían hacer nada para resolver nuestra estadía, alimentación o transporte.
Y ahí empezó una carrera contrarreloj, para evitar como nos dijo un rudo —y seguramente exagerado— agente de policía en el mostrador de American Airlines que "podrían dispararnos en la calle a la hora del toque de queda".
Quienes tenían a donde ir, se fueron sin mayor drama. Pero quienes no, terminamos dando vueltas en unas camionetas —que son el tipo de taxis colectivos de las islas— buscando un lugar en donde dormir.
En mi van íbamos 16 personas. Gente local, un veterinario de St. John, una mujer joven con 4 niños que venía huyendo de la devastación en Tortola (Islas Vírgenes Británicas, BVI), que no tenía dinero ni comida para los niños, un puertorriqueño y yo.
Yo conseguí un sofá-cama de la amiga, de una amiga, de otra amiga… Otros terminaron durmiendo con los bomberos o en refugios que albergan víctimas de los huracanes y que no tenían espacio, pero que se las arreglaron para ayudar.
Un par más se fueron en un taxi marítimo a las BVI, porque allá tenían donde dormir.
Y aunque todo salió bien, la cadena de dificultades, la especie de aventura de recorrer la montañosa St. Thomas como locos a toda velocidad, en la oscuridad absoluta, sin semáforos, con vías todavía con escombros y postes a punto de caer, con la angustia de no saber a dónde ir, nos dio a todos una pizca de lo que ha tenido que pasar esta gente durante las últimas semanas.
Al otro día todos regresamos a montarnos en ese avión. Muchos nos volvimos amigos. Y la gente aplaudió cuando el avión aterrizó en Miami.
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